Amar sin depender, es, sin lugar a dudas, uno de los grandes desafíos de la lucha diaria por una vida plena. Y no depender tiene costes que no son para nada baratos. Un individuo autodependiente, como me gusta llamarlo a mi, siempre será acusado por aquellos que todavía transitan espacios de cómodas o previsibles dependencias, de ser soberbio, tonto cruel o agresivo, cuando no reprochado por antisocial, desamorado o egoísta. Aquellos que han aprendido a no depender tampoco permiten que otros dependan de ellos. Saben que de cualquiera de los dos lados de la cadena, el esclavo y el amo son víctimas de esclavitud, y la rechazan de plano. Reniegan de ser percheros de sombreros ajenos y no quieren apoyarse en otros para escalar posiciones.
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